jueves, 6 de abril de 2017

CAPITALISMO, CORRUPCIÓN Y LA NECESIDAD DEL BIEN COMÚN

La corrupción azota nuestras sociedades. No es un fenómeno pasajero sino que está bien asentado dentro de nuestras estructuras políticas y económicas. No es un mal que exista solo en determinados países –aunque predomine más en unos que en otros– teniendo que hablar lamentablemente de algo generalizado. Algunos afirman que el ser humano es corrupto por naturaleza, otros en cambio advierten que se trata de un fenómeno derivado de una deficiente educación, pero lo cierto es que es esta una lacra que nos acompaña y que golpea la esencia misma del que debería ser uno de nuestros valores supremos: la justicia social.

¿Por qué se ha llegado a esta deteriorada situación en la política y en la economía? ¿Por qué la corrupción es algo sistémico? ¿Es la corrupción algo exclusivo de la política o más bien la corrupción política es el reflejo de la corrupción en potencia que se halla en la sociedad y que en ella se manifiesta por pura posibilidad? ¿Cuáles son las razones profundas para que la corrupción sea la norma? Creemos que varias son las causas de esta situación pero en este texto solo nos referiremos a una que pensamos que es básica, fundamental, algo que Aristóteles siempre tuvo presente en sus reflexiones sobre la mejor forma de gobierno, algo que en la actualidad no existe ni en lo práctico pero que ha desaparecido incluso del nivel teórico: nos estamos refiriendo al concepto de bien común.

La inexistencia del bien común

El bien común –básico para Aristóteles– ha desaparecido y no queda rastro de él. No estamos descubriendo nada nuevo si decimos que el sistema en el que nos encontramos es individualista y que en este sistema, además, uno debe ser enormemente competitivo si quiere establecerse en una posición cómoda, una posición que le asegure unos buenos beneficios económicos o simplemente sobrevivir. Este juego de las sillas incrementa la individualidad e incluso provoca que muchos sujetos utilicen a otros en su propio beneficio llegándose incluso a la mentira, a la traición o a cualquier herramienta que facilite el ascenso social. La consigna termina siendo un “sálvese quien pueda” en el que todo vale y en el que el bien común es algo que solo existe semánticamente pero ni tan solo está ya en un rinconcito de nuestra mente.

El bien común se halla ausente y esta es una de las causas profundas de por qué la corrupción es generalizada en política –y en cualquier ámbito–: nadie piensa, reflexiona, tiene presente ni tan siquiera concibe algo que signifique “el bien común”, y esto supone que no se tenga el menor problema en robar lo de todos: ¿a quién se está robando si no existe un bien que es de todos? A nadie, responderán las conciencias –o lo que quede de ellas–, quedando así diluida la responsabilidad o carga moral en un abstracto por no existir nada en la mente del corrupto que tenga que ver con nada compartido, con nada común.

El sistema económico capitalista fomenta el individualismo como base de crecimiento. Subyace de esta filosofía que la base del sistema es la búsqueda del bien particular y que esta búsqueda provocará que la sociedad en general se beneficie también al crease riqueza, pero no se ocupa el sistema –ni tan solo preocupa– por contrarrestar esta tendencia de buscar absolutamente el bien particular con búsquedas del bien compartido. Reconocemos que no hemos hecho una encuesta para llegar a esta conclusión, a la conclusión de la inexistencia de una concepción social de un bien común; tampoco hemos hurgado en las mentes de los ciudadanos para saber si en ellas existe, como hemos señalado, al menos en un pequeño lugar algo que se le pueda parecer. Pero es tarea necesaria intentar “adentrarse y navegar” en la mente colectiva y ver cuáles pueden ser las causas de la desbocada corrupción política y empresarial, y en este caso, al no hallar en ella nada parecido al concepto de bien común, estamos seguros de que si no de forma total pero sí de forma muy importante, su inexistencia es la causa profunda de la lamentable situación que se vive en la política a nivel mundial.

La necesidad del bien común

Hemos llegado a la conclusión de que no existe una concepción general en la población de nada que tenga que ver con un bien común. Al no existir este bien, el político no podrá gobernar para algo inexistente y lo hará, por tanto, para lo que único que existe, el bien particular, ya sea el propio o el del partido. Además, al no haber algo común, algo de todos, un sentimiento compartido, la corrupción no será sino una consecuencia natural de todo esto pues el que roba, el que se corrompe, no puede tener una clara conciencia de que está robando, por decirlo así, a un ente común y existente que seríamos todos pues no concibe –ni puede concebir– la existencia de algo así. No concibe un ente común por tanto lo que está robando tampoco sería de nadie en particular; sus robos quedan en una especie de limbo para él mismo e incluso para los demás. La falta de un bien común es una de las causas profundas de la situación. Se deberá fomentar por tanto la “reaparición” de este tipo de bien, su presencia, su existencia para que la política sea lo que debe ser, un servicio a los ciudadanos, un servicio al bien compartido, un servicio a todos y para todos.

Se nos antoja fundamental pues avanzar hacia un ideal, un lugar en el que además de pensarse en uno mismo se piense también en el conjunto de toda la sociedad. Este lugar queda claro que es un lugar en el que todos, racionalmente, concebiríamos el bien común como algo básico y fundamental para la política, para la convivencia. El ideal aún podría ser mayor si a la racionalidad le añadiésemos el sentimiento, es decir, si además de concebirnos como una entidad colectiva –además de nuestra entidad individual–, nos sintiéramos de alguna manera conectados al resto, nos sintiéramos, en definitiva, como un todo.

¿Cómo podría conseguirse esto? ¿Cómo se podría fomentar aquello que venimos reivindicando, la concepción en la ciudadanía de un interés compartido, un bien de todos? Sería necesaria, entre otras muchas cosas que quizás abordemos en otra ocasión, una planificación en el ámbito educativo en la que se fomentase la idea, ya desde la infancia, de que existe algo muy valioso y que nos une a todos, algo que uno debe siempre procurar y es la defensa del otro –pues de alguna manera forma parte de mí–, la defensa de un bien que es compartido y que no solo me compete a mí pero también a mí. Este sería un largo proceso en el que se iría instruyendo a las futuras generaciones en la defensa de lo colectivo y no solo de lo individual, defensa que creemos que no se fomenta desde el sector educativo. Porque educar no debería ser solo la transmisión de contenidos culturales sino también y sobre todo el fomento de comportamientos y modos de ser que nos beneficien a todos ya que el ser humano no vive solo sino en comunidad.


Conclusión

Si esto es así, la corrupción no es sino un efecto necesario por la ausencia, en las mentes de las ciudadanos en general, de algo que tenga que ver con un bien compartido, un bien que nos pertenece a todos y que somos nosotros mismos. Hemos dicho que la ausencia de este concepto se debe sobre todo a un sistema capitalista salvaje en el que no cabe la existencia de algo llamado “bien común” debido a la consolidación del individualismo exacerbado siendo la característica principal de este el egoísmo.

El individualismo, en efecto, se impone y anula en la sociedad cualquier resquicio de nada que tenga que ver con algo compartido. El egoísmo y la búsqueda del interés propio es, para los liberales, la premisa que permite que haya beneficio para la sociedad. Uno no busca el interés social pero la búsqueda del suyo propio implica que se genere un beneficio para todos:

Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho, necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad. [...] una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos.

Así, el interés social no es buscado y solo se obtiene de forma indirecta no siendo la solidaridad el valor social supremo sino la búsqueda del puro beneficio personal. Se deberá fomentar por tanto el egoísmo en la sociedad ya que este posibilita que haya beneficio para los demás. Triste modelo social.

Pero si el egoísmo es la base del sistema capitalista salvaje, si el individualismo más exacerbado es el motor que genera crecimiento, si se nos educa en la necesidad de ser altamente competitivos para alcanzar el éxito siendo la alternativa el quedarse rezagado pero más: si los depredadores tienen más posibilidades de éxito económico que las personas solidarias, no debe extrañarnos que, en primer lugar, el egoísmo esté venciendo a la solidaridad y en segundo, y como avanzábamos, que la sociedad en general no conciba la existencia de un bien común, un bien de todos. Con lo cual, si no hay ni la concepción de vínculos con los demás a nivel teórico ni a nivel emocional, la corrupción es algo que se deriva de forma necesaria de todo lo dicho.

En conclusión, será necesario la construcción de un sistema alternativo que no base su motor en el egoísmo sino en la solidaridad, un sistema en el que la búsqueda del bien para todos no sea un efecto indirecto de la búsqueda del bien propio sino un fin en sí mismo, un modelo que no fomente en los individuos el interés exclusivamente personal sino el interés por el otro, el interés social, la existencia del bien común. Será necesaria la construcción, en esencia, de un modelo definitivamente humano.


Adam Smith, La riqueza de las naciones.

Vicente Berenguer

viernes, 24 de marzo de 2017

Los “defensores” de la libertad cargan de nuevo contra el gobierno de Venezuela

Felipe González y José María Aznar, ex presidentes del gobierno de España, han pedido la inmediata liberación del disidente venezolano Leopoldo López, además de afirmar que “Venezuela es una dictadura represiva”. Parece que les invade una tremenda preocupación por los derechos humanos; pudiera aparentar que les inquieta sobremanera que no se estén respetando las libertades en el mundo y de ahí su apoyo incondicional al llamado “preso político”.

Los dos ex mandatarios junto con otras personalidades internaciones están realizando reuniones y apariciones públicas, los medios de comunicación difunden sin descanso lo que ellos denominan “injusticia y vulneración de los derechos en Venezuela”, los tertulianos políticos nos advierten sobre el peligro que entraña el chavismo y Maduro...y encabezando toda esta ansia internacional de libertad tenemos, como decimos, al hombre de negocios Felipe González al que ahora se le suma Aznar, ex mandatario que apoyó la intervención militar ilegal en Irak y que no dudó en decirles a los españoles en horario de máxima audiencia “créanme lo que les digo, Sadam Hussein tiene armas de destrucción masiva”. No dudó en afirmarlo, en apoyar la guerra yanki con la consecuente desestabilización en la zona, muerte y terror para los irakíes como tampoco dudó posteriormente en no pedir perdón a los ciudadanos españoles por su afirmación pero sobre todo a las familias de los fallecidos en Irak (pedir perdón y para mi gusto desaparecer también de la escena pública al menos por pura vergüenza). Pues bien, estos dos sujetos son los que están librando -nos dicen los medios- una batalla internacional en favor de los derechos humanos allá donde se quebranten, ¿allá donde se quebranten?

Si por algo se ha caracterizado el ilustre señor González en los últimos tiempos es por ser un supuesto paladín en la defensa de los derechos humanos -aparte de trabajar para el multimillonario Slim-. Bien podría parecer si uno se informa en los medios convencionales -o mejor dicho: se desinforma- que a este referente de la pseudoizquierda le mueve una causa tan noble como la que dice defender, pero nos resulta cuanto menos sospechoso que su foco y el foco mediático de la adulterada prensa internacional se centre en Venezuela, gobernada precisamente por un gobierno que González, Aznar y la derecha internacional califican de gobierno no amigo.

Y decimos que cuanto menos es sospechoso que a nuestros “luchadores” por la libertad les movilice una sincera preocupación social ya que en la actualidad existen en el mundo verdaderas tiranías, regímenes atroces que no dudan en aplicar la lapidación, la humillación más despreciable hacia la mujer o la crucifixión para los disidentes políticos. ¿Qué hay de algunos países en los que se crucifica y decapita a los disidentes o se lapida a las mujeres, señor González? ¿Para cuándo se va a pasar usted por estos países para intentar entrevistarse con alguien a quien vayan a crucificar, decapitar o lapidar? ¿Cuándo van ustedes a realizar campañas internacionales contra semejantes regímenes? ¿Cuándo focalizarán su atención los medios en países como estos? ¡Ah!, disculpen ustedes, que estos países son nuestros aliados y amigos...comprendemos caballeros, comprendemos que no importan las flagrantes violaciones de los derechos humanos siempre que el gobierno o dicha tiranía sea nuestra amiga; entendemos que hay que emprender campañas internacionales contra un gobierno democrático pero no hay que hacer ruido para que la prensa internacional se centre en países amigos que torturan, crucifican o lapidan, tan amigos que el actual jefe de Estado español ha estado recientemente de visita cordial a uno de estos regímenes que deberían avergonzar hasta al más insensible.

Señor González, Aznar, señores “luchadores” por la libertad de Venezuela que tanto abundan en los países occidentales europeos y medios de comunicación de los países llamados democráticos: ¿qué les moviliza a ustedes? ¿La libertad o acaso algún otro interés? ¿Por qué les importa tanto que un tribunal de Venezuela condenase a López (condena ratificada por el Tribunal Supremo) pero sin embargo les importa tan poco lo que está ocurriendo en otros lugares? No, señor González, señor Aznar; no, dueños de los medios de comunicación al servicio de poder: no queremos ser mal pensados y nos encantaría imaginar que a todos ustedes les mueve una sincera motivación social, una defensa de las causas justas, pero se nos antoja tarea bien difícil creerles, y en cambio nos resulta tarea sencilla el creer que detrás de todo este ruido mediático pudieran esconderse intereses que nada tienen que ver con derechos humanos. Los hechos son tozudos.

Vicente Berenguer

lunes, 20 de marzo de 2017

¿Dónde están los sindicatos?

Desde hace tiempo estamos sufriendo en el mundo un proceso general y progresivo de empobrecimiento. Los trabajadores cada día perciben menores salarios recibiendo muchos de ellos remuneraciones que rayan la esclavitud. La situación como decimos se prolonga ya en el tiempo pero sin embargo no solemos ver actuaciones de los oficialmente representantes de los trabajadores, ni tan siquiera a modo de presencia en los medios: ¿Dónde están los grandes sindicatos? Además de todo esto habría que sumar los millones de trabajadores desempleados, gran parte de los cuales nunca podrá reincorporarse ya al mercado laboral. Seguimos preguntando: ¿dónde están los representantes de los trabajadores? Vemos todo tipo de tertulianos en las televisiones y personas de profesiones varias debatiendo o manifestándose en los medios: economistas, políticos, periodistas, sociólogos, bufones y también payasos (con todos los respetos hacia la tan noble profesión de hacer reír), ¿y dónde están los sindicalistas?

Los grandes sindicatos, en efecto, ni están ni se les espera. A los sumo vemos cada ciertos meses -o ya casi que podríamos decir: años- una aparición pública de algún líder sindical generalmente para afirmar trivialidades. Parece que ya ni se molestan en cumplir su principal acometido, canalizar la indignación de los trabajadores -indignación que por otra parte se ha ido diluyendo como un azucarillo-; ya casi que ni se esfuerzan en escenificar una representación que a muchos nos parece que no es tal; sencillamente y usando terminología telefónica: están apagados o fuera de cobertura.

No sabemos dónde están los sindicatos pero pese a ello la verdadera fuerza de un país sigue siendo la actividad del trabajador: es la energía que puede llevar adelante a una nación o puede paralizarla, es el motor que mueve a un estado pero también la fuerza que puede “golpear” a las élites y a sus planes de empobrecimiento global. Son, ciertamente, los que pueden plantar cara y decir “basta”, y no precisamente con las huelgas que tanto gustan a la patronal y a los sindicatos oficiales (un día de huelga a cada dos o tres años y todos a casa) sino con verdaderas medidas de presión efectivas y si es necesario indefinidas que bien están al alcance de la mano de los trabajadores. Pero claro está, que para que la fuerza del trabajador pueda ser influyente y pueda ayudar a revertir la actual situación de injusticia salarial y las diferencias sociales cada vez más acuciantes se requiere de unión, organización y lucha, pero no habrá ninguna de las tres en tanto que estemos bajo el paraguas de unos sindicatos que en lugar de promover la lucha de los trabajadores promueve su parálisis.

No, y como se podría decir de una buena parte de políticos, no nos pueden representar unos sindicatos o unos líderes que no pongan constantemente el “grito en el cielo” por el creciente empobrecimiento de los trabajadores; no pueden ser representantes unas organizaciones que no se empeñen en concienciar de que las condiciones laborales cada vez son más penosas, que las injusticias y las desigualdades sociales son cada vez mayores y que es necesario por tanto mantener una lucha efectiva que pueda ser una verdadera arma de presión. No nos deberían representar aquellos que en lugar de despertar conciencias las adormecen, aquellos que en lugar de plantear debates sobre las posibilidades contestatarias que tiene el trabajador -que en realidad son muchas- hagan los debates inexistentes.

Porque si entendemos por “sindicatos” aquellas organizaciones que defienden los intereses de los trabajadores frente a los intereses de las élites preguntamos de nuevo: ¿dónde están los sindicatos?, o quizás podríamos plantearlo de una manera mejor: ¿existen?

Vicente Berenguer

sábado, 22 de octubre de 2016

Un día laboral más en la vida de Harry

Harry ha conseguido un nuevo empleo después de un tiempo largo sin poder trabajar; además, va a tener un buen sueldo para los tiempos que corren: va a cobrar 1.000 euros haciendo 10 horas al día y 5 en sábado. Harry va a se mileurista, es un gran logro; eso le va a permitir vivir.

El empleo tiene buena pinta: nada de trabajos "forzados" (piensa él) ni nada de trabajar con fango hasta con lluvia (como en el campo); ahora tendrá un trabajo bajo techo en el que va a saber exactamente a qué hora va a entrar y a salir. Harry ha conseguido un empleo en una gran fábrica de puertas de madera.

Ya sabe cuál va a ser su trabajo: su trabajo consistirá en colocar maderas sobre un tope en la mesa de una máquina, pulsar un botón para que quede fijada y a continuación pulsar un pedal para que la sierra baje y corte. Esa va a ser su única ocupación solo interrumpida cuando tenga que cambiar o el carrito de entrada o el carrito terminado. Deberá cortar 300 piezas a la hora, con lo cuál al día deberá presentar un parte de alrededor de 3.000 piezas; los sábados no realizará producción sino limpieza.

Harry es un tipo que sabe cómo funciona la psique humana y entiende que este tipo de trabajos terminan afectando lo emocional. Su sabiduría y su autoconciencia en este caso son una condena. Levanta la mirada por un momento para observar a sus compañeros en sus respectivas máquinas y observa personas resignadas a sus destinos o incluso personas que, al no planterarse cuestiones como las que se plantea Harry, parece que pueden llegar a un grado de felicidad que él no podrá aspirar. Harry no está en ese caso pues sabe lo que hay, y sabe que trabajar en algo que a uno no le gusta acaba menguando la salud. Pero es lo que hay y no hay más, Harry debe comer y vivir, y en este sistema uno ha de hacer lo que pueda para ello. Harry no ha elegido trabajar en eso sino que no le queda alternativa, no hay más empleos a la vista y él debe vivir. Triste sistema de producción, piensa Harry.

Han pasado 5 horas y está cansado de tanta repetición: madera, botón, pedal...madera, botón, pedal..."Esto es un sin sentido, voy a convertirme en un robot". Harry mira por la ventana que da a un patio lleno de paquetes de madera y en el montón más alto observa un pájaro que parece que también le mira. Harry reflexiona: "¿Quién es libre de los dos? Tú trabajas para conseguir comida y nada más; los hombres trabajamos mucho tiempo más." "¿Para qué todo esto?" Piensa que él trabaja 10 horas al día a las que habrá que sumar tres más de desplazamiento. En total 13 horas dedicadas en exclusiva al trabajo. Si a 13 le sumamos las 8 para dormir salen 21. Le quedan 3 para comer, para comprar y para hacer las gestiones que tenga que hacer. "¿Esto es razonable?" Se pregunta. "¿Es razonable el tipo de sistema que hemos construído?"

Harry sigue mirando al pájaro y no entiende por qué un simple pájaro puede ser libre y el hombre debe estar enjaulado apretando botones sin parar durante gran parte del día. "¿No sería suficiente trabajar 4 o 5 horas diarias? ¿Por qué 8 como mínimo para recibir un salario que permita vivir? Vuelve a preguntarse: "¿Dónde está la razonabilidad?"

Harry sigue observando al pájaro revolotear esta vez sobre el árbol del patio y por un momento desearía ser un pájaro...

Vicente Berenguer

Las encuestas como herramienta para condicionar el voto de la sociedad

Los sociólogos investigan cuáles son las tendencias de la sociedad en un momento dado, cuál es la intención de voto, y así nos ofrecen una fotografía del momento. Pero lo que también han averiguado -investigando, cómo no-, es que las mismas encuetas o los datos del CIS condicionan la opinión de la sociedad y por tanto su voto. ¿Cómo? Muy sencillo: porque los indivíduos en general actúan en manada, en rebaño. Esto en el CIS lo saben y aquél que tenga un mínimo de conocimientos de sociología también.

Así, si el CIS dice el PP va a ser el partido más votado es probable que lo sea. Y es probable ya no porque las encuestas afirmen eso (que posiblemente lo hagan), sino porque la sociedad actúa en manada, y votará al PP, a Ciudadanos o al partido que sea porque es lo que "toca". ¿Tan poca autonomía se le supone a los indivíduos en general? En efecto, poca, o casi ninguna. Si ahora Podemos es cuarto en las encuestas tendrá difícil ser el más votado y ya no porque realmente vaya el cuarto, sino porque la sociedad percibe que ya no está de moda.

¿Y en el caso de que un día un partido que no interese al sistema sea el primero en las encuestas y haya "peligro" real de que entre a gobernar? La solución será fácil: repetir una y otra vez que dicho partido va en la cola en las encuestas, lo cuál, finalmente, se convertirá en realidad.

Por tanto el CIS y las encuestas son una herramienta más para condicionar el voto de la sociedad. ¿El resultado de las próximas elecciones sería el mismo si no se proporcionaran encuetas a la sociedad? La respuesta parece obvia.

Vicente Berenguer

Cuidado con los referéndums, dicen hoy los "demócratas", cuidado con contar con los ciudadanos

Los que se autodenominan demócratas se lamentan hoy de que en UK se haya preguntado al pueblo sobre algo tan importante como la permanencia en la UE.

El proyecto de la Unión Europea o el proyecto de los Estados Unidos de Europa no es un proyecto democrático, no es un proyecto que emane de la voluntad de los pueblos de Europa sino que responde a los intereses de las multinacionales, de EE.UU y de otro país cercano a este último y que no es necesario ni nombrar. UE es un proyecto de las élites mundiales y es solo un paso más en el establecimiento de un gobierno global y para ello es necesario que no haya referéndums, que no haya democracia, que no se pregunte a los ciudadanos.

Hoy muchos se lamentan de que se haya preguntado al pueblo: Rajoy, Sánchez, Rivera...todos coinciden en la torpeza de haber preguntado a la gente qué quiere hacer, torpeza por dejar en manos de la gente decisiones sobre su propio futuro. Los ciudadanos pueden poner en peligro el proyecto y esto no se debe volver a repetir; han tomado nota y evitarán a toda costa que haya "fiestas" democráticas en otros países.

Pero además se prepara la respuesta ante el posible desafío o ante las posibles dudas de muchos ciudadanos respecto al proyecto europeo: más Europa, es decir, profundizar con celeridad en la cesión de la soberanía nacional en favor de un gobierno cada vez más lejos y cada vez más cerca del sueño de las élites económicas del planeta.

El brexit supone una pausa en los planes pero tomarán nota: impedir a toda costa que se produzcan más referendums en otros países y acelerar al máximo sus planes antes de que pueda haber cualquier contratiempo. UK se irá, pero solo de momento.

Cuidado con los referéndums, dicen hoy los "demócratas", cuidado con contar con los ciudadanos.
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Vicente Berenguer

La igualdad y la justicia social en el neoliberalismo

Los defensores del liberalismo económico afirman con contundencia que este es un sistema basado en la igualdad y la justicia. Alegan que todos partimos desde la mismas bases y así todos podemos disfrutar de las mismas oportunidades. Y repiten, una y otra vez, que además de que todos gozamos de las mismas posibilidades los más aptos o capacitados lograrán ascender hasta arriba o situarse al menos en una buena posición y los que no son tan aptos o sencillamente carecen de talento se quedarán abajo, en el lugar que les corresponde por su naturaleza. Por tanto igualdad y justicia sería, según estos apologetas, las señas de identidad del sistema económico que defienden: igualdad en tanto que todo el mundo goza de las mismas oportunidades y justicia en tanto que la gente talentosa necesariamente y debido a su capacidad estarán en un lugar de responsabilidad o toma de decisiones. Así es que podríamos aplicar aquí la frase de Leibniz de que nos encontramos en el mejor de los mundos posibles. Pero este discurso es absolutamente falaz ya que parte de premisas falsas con lo cual la conclusión (que estamos en el mejor de los mundos posibles) es del todo equivocada.

En primer lugar y en cuanto a la supuesta igualdad, es falso que los ciudadanos partan de las mismas condiciones ya que unos, de inicio, estarán situados por encima del resto debido a su capacidad económica. Y es que sin capacidad económica no hay acceso a oportunidades y sin el igual acceso a oportunidades no hay igualdad. Y esto que es una obviedad parece que algunos no lo entienden –o mejor dicho, no lo quieren entender debido a sus posiciones de privilegio–: ¿Acaso puede un humilde campesino competir con las multinacionales? ¿Puede un joven de un barrio popular tener las mismas oportunidades que otra persona de clase alta? Las respuestas son bastante obvias sí, porque está bien claro que en esta “partida” no todos poseemos las mismas cartas ya que mientras que unos tienen unas pocas otros en cambio poseen casi toda la baraja.

Pero el segundo punto desde el que parten los neoliberales se antoja también del todo falso, y este punto es el de la supuesta justicia social. Y es que como hemos comentado, los neoliberales quieren hacer creer que cada uno ocupa el lugar natural que le corresponde dependiendo de su capacidad o valía. Y es falso por lo hemos dicho, porque los recursos económicos que uno posea son determinantes para la posición social que uno ocupará. Pero además hay muchos otros factores que sentencian que no se puede afirmar en absoluto que cada uno está ocupando el lugar que le corresponde según su valía y uno de estos factores es la falacia de la identificación entre la capacidad humana y la capacidad para el ascenso social. Porque si de capacidad humana estamos hablando nos estaremos refiriendo necesariamente a aquel talento, creatividad o genialidad puesta al servicio de la comunidad y no puesta en exclusiva al servicio de uno mismo –como así ocurre–. Este sería el tipo de talento que debería estar en puestos de decisión, pero con lo que nos encontramos es que las personas con estas capacidades y sensibilidades sociales a menudo quedan rezagadas de la ley de la selva que es este capitalismo salvaje. Estas personas verdaderamente talentosas a menudo no podrán abrir camino (debido a su falta de recursos pero más, debido también a que este talento honesto y veraz no interesa a las élites) y en cambio los que sí lo lograrán son en innumerables ocasiones los que estén en buena situación económica y los que estén dispuestos a usar herramientas como la mentira, la traición, la trampa o el egoísmo más patológico.

No hay que confundir por tanto el talento humano (el talento individual que es puesto al servicio de la comunidad) con el talento para ascender –o el talento para trepar–, y es por todo ello que no podemos hablar de justicia social en el sentido de que cada uno ocupa su lugar según su valía sino más bien de injusticia, la injusticia de que los que deberían estar arriba (personas que buscan construir un modelo social distinto que favorezca a todos y no solo a unos pocos) están abajo y en cambio los que deberían estar abajo (personas egoístas que solo buscan su propio interés particular sin importarles nadie más y cuyo único “talento” es poseer dinero o su capacidad para trepar) están arriba.

Se desmontan fácilmente los argumentos falaces de quienes defienden el modelo económico actual ya que ni hay igualdad ni justicia ni la puede haber. Pero lo que no queda desmontado ni tan siquiera tocado es nuestra fuerte voluntad de encaminarnos hacia una organización social más justa en la que verdaderamente haya igualdad; lo que nunca quedará cuestionado es la firme decisión de aquellos que están dispuestos a ofrecer su humilde talento al servicio de la construcción de un sistema mejor. Y hacia allá vamos.

Vicente Berenguer