Desde hace tiempo estamos sufriendo en el mundo un proceso general y
progresivo de empobrecimiento. Los trabajadores cada día perciben
menores salarios recibiendo muchos de ellos remuneraciones que rayan la
esclavitud. La situación como decimos se prolonga ya en el tiempo pero
sin embargo no solemos ver actuaciones de los oficialmente
representantes de los trabajadores, ni tan siquiera a modo de presencia
en los medios: ¿Dónde están los grandes sindicatos? Además de todo esto
habría que sumar los millones de trabajadores desempleados, gran parte
de los cuales nunca podrá reincorporarse ya al mercado laboral. Seguimos
preguntando: ¿dónde están los representantes de los trabajadores? Vemos
todo tipo de tertulianos en las televisiones y personas de profesiones
varias debatiendo o manifestándose en los medios: economistas,
políticos, periodistas, sociólogos, bufones y también payasos (con todos
los respetos hacia la tan noble profesión de hacer reír), ¿y dónde
están los sindicalistas?
Los grandes sindicatos, en efecto, ni están
ni se les espera. A los sumo vemos cada ciertos meses -o ya casi que
podríamos decir: años- una aparición pública de algún líder sindical
generalmente para afirmar trivialidades. Parece que ya ni se molestan en
cumplir su principal acometido, canalizar la indignación de los
trabajadores -indignación que por otra parte se ha ido diluyendo como un
azucarillo-; ya casi que ni se esfuerzan en escenificar una
representación que a muchos nos parece que no es tal; sencillamente y
usando terminología telefónica: están apagados o fuera de cobertura.
No sabemos dónde están los sindicatos pero pese a ello la verdadera
fuerza de un país sigue siendo la actividad del trabajador: es la
energía que puede llevar adelante a una nación o puede paralizarla, es
el motor que mueve a un estado pero también la fuerza que puede
“golpear” a las élites y a sus planes de empobrecimiento global. Son,
ciertamente, los que pueden plantar cara y decir “basta”, y no
precisamente con las huelgas que tanto gustan a la patronal y a los
sindicatos oficiales (un día de huelga a cada dos o tres años y todos a
casa) sino con verdaderas medidas de presión efectivas y si es necesario
indefinidas que bien están al
alcance de la mano de los trabajadores. Pero claro está, que para que la
fuerza del trabajador pueda ser influyente y pueda ayudar a revertir la
actual situación de injusticia salarial y las diferencias sociales cada
vez más acuciantes se requiere de unión, organización y lucha, pero no
habrá ninguna de las tres en tanto que estemos bajo el paraguas de unos
sindicatos que en lugar de promover la lucha de los trabajadores
promueve su parálisis.
No, y como se podría decir de una buena
parte de políticos, no nos pueden representar unos sindicatos o unos
líderes que no pongan constantemente el “grito en el cielo” por el
creciente empobrecimiento de los trabajadores; no pueden ser
representantes unas organizaciones que no se empeñen en concienciar de
que las condiciones laborales cada vez son más penosas, que las
injusticias y las desigualdades sociales son cada vez mayores y que es
necesario por tanto mantener una lucha efectiva que pueda ser una
verdadera arma de presión. No nos deberían representar aquellos que en
lugar de despertar conciencias las adormecen, aquellos que en lugar de
plantear debates sobre las posibilidades contestatarias que tiene el
trabajador -que en realidad son muchas- hagan los debates inexistentes.
Porque si entendemos por “sindicatos” aquellas organizaciones que
defienden los intereses de los trabajadores frente a los intereses de
las élites preguntamos de nuevo: ¿dónde están los sindicatos?, o quizás
podríamos plantearlo de una manera mejor: ¿existen?
Vicente Berenguer
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